Homo moneta

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martes, 6 de marzo de 2012

Wallerstein y el problema de la eurozona

Charles Maurice Talleyrand-Perigord pregonó durante toda su vida la necesidad de una Europa fuerte y unida con la finalidad de contribuir a la prosperidad y bienestar de las naciones. El príncipe de Benevento argumentaba durante los siglos XVIII y XIX que la unión económica era la forma ideal de fomentar la solidaridad entre los países, evitando así caer en el dominio de las pasiones que resultan indudablemente en la parálisis de la actividad de las naciones, destruyendo los productos de la empresa y el trabajo. Las verdaderas victorias son aquéllas obtenidas por la agricultura, el comercio, la industria; aquéllas dispensadoras de la dicha de los pueblos, las victorias de la civilización. Este es un objetivo loable. Sin embargo en el presente contexto de la crisis europea todos estos esfuerzos están constituidos alrededor del euro. El euro no es un fin en sí mismo, es solo un instrumento diseñado para promover la prosperidad económica y la armonía política en Europa, un instrumento que solo funciona en contextos de estabilidad uniforme y prosperidad.
Frente a lo aquí expuesto es evidente que los diseñadores del euro crearon la moneda común bajo el esquema de la Hipótesis de las Áreas Monetarias Óptimas, ignorando la historia monetaria del mundo, la antropología económica y el hecho de que un instrumento de esta naturaleza, bajo este esquema, debe reflejar uniformemente la riqueza y estabilidad entre los miembros del área. De esta forma es posible apreciar que el sueño de Talleyrand se ha convertido en una pesadilla originada en los numerosos desbalances que eran insostenibles, y la eurozona ha demostrado que se encuentra mal equipada institucionalmente para abordar el problema. La pregunta inmediata es ¿cómo se generó este problema? La respuesta es simple. Mientras la mayoría de los observadores aprecian un simple problema de índole fiscal en la periferia europea, me atrevo a afirmar que estamos presenciando una verdadera crisis financiera derivada de la aplicación del paradigma equivocado. El euro pretendía unificar una región que en la teoría debía ser uniforme evidenciando el hecho de que un sistema financiero integrado puede ser eficiente, pero no necesariamente robusto. Mientras más complejo, diferenciado e interconectado sea un sistema, éste será más vulnerable a pequeñas externalidades. La introducción de euro facilitó el flujo masivo de capital de los miembros que integran el núcleo hacia las naciones de la periferia lo que generó una contracción de las tasas de interés en las naciones del sur de Europa, exhortando a países como Grecia e Italia a participar en un “boom” crediticio. Este “boom” consolidó mitos financieros como el valor estable de las inversiones inmobiliarias generando así un problema subprime similar al presenciado en Estados Unidos y al que se encuentra gestionando en China. Este escenario genera una segunda pregunta ¿por qué las naciones de la periferia se encontraron expuestas a esta toxicidad financiera, por qué Europa no consigue uniformar una respuesta al problema? De nuevo la respuesta es muy simple. Desde los tiempos de Adam Smith, los efectos de la integración económica han sido objeto de debate. En nuestro contexto, las evocaciones de las Áreas Monetarias Óptimas y de los paradigmas mundiales son comunes en los discursos de los políticos, medios de comunicación y gente común alrededor del mundo, éstos discursos dictan el actuar de los reguladores quienes no conciben la desintegración de la Unión Europea como una opción viable, incluso si esto representa ir en contra de lo establecido por el Tratado de Maastricht sin preguntarse antes si la eurozona es un Área Monetaria Óptima o un Sistema Monetario Mundial regido por el paradigma mundial de Wallerstein.
Como ha quedado asentado en líneas precedentes, tradicionalmente la Unión Europea es percibida y fue concebida como un Área Monetaria Óptima. Este paradigma fue planteado por Robert Mundell en septiembre de 1961 y puede ser definido como el área geográfica en donde una moneda común, o un número limitado de ellas, conservan un tipo de cambio fijo dentro del sistema y uno flexible hacia el exterior. Este esquema ocurre cuando los integrantes del mismo consiguen una convergencia real, respondiendo uniformemente a las externalidades, tienen una flexibilidad similar en sus mercados laborales y de productos, y cuando los miembros están preparados para efectuar transferencias fiscales para solucionar los problemas que pueden generar desbalances. A primera vista parece la descripción de la Unión Europea, sin embargo, el desarrollo de sus miembros no es uniforme, por lo que considero que un paradigma más apropiado para abordar la problemática europea es el paradigma mundial de Wallerstein.
El paradigma mundial de Wallerstein tiene su origen en el trabajo de los sociólogos de la década de 1970. En este contexto, se aceptó que la riqueza de las naciones reflejaba el nivel de desarrollo cultural de las correspondientes naciones, reconociendo así la complejidad de interacciones derivadas de una economía mundial que derivaba de la expansión de una economía mundial centrada en Europa, rastreando el origen de estas interacciones más allá de la constitución de la European Coal and Steel Community hasta el siglo X de nuestra era cuando el incremento económico y poblacional se desarrollaba en el marco del sistema feudal como resultado de un desarrollo tecnológico de la agricultura medieval. Antes del siglo XVI, Europa Occidental iniciaba su camino evolutivo, en términos de Marx, hacia el capitalismo sosteniéndose en una elevada productividad y excedentes cada vez mayores que facilitaron la expansión europea. Sin embargo entre 1300 y 1450 esta expansión se vio interrumpida generando una severa crisis económica. De acuerdo con Wallerstein, la crisis feudal probablemente fue precipitada por la interacción de los siguientes factores: 1) el estancamiento de la producción agrícola; 2) la consecución de la cúspide del ciclo económico feudal; 3) el cambio climático que contribuyó a la merma en la producción agrícola; y 4) las epidemias que azotaban a la población. Como respuesta a la crisis feudal, durante el siglo XV y principios del XVI, el paradigma mundial emergió. Para Wallerstein el paradigma mundial es un sistema social con eslabones, estructuras, miembros, reglas de legitimación y coherencia. Su existencia se debe al conflicto existente entre los miembros mientras éstos se remodelan buscando obtener ventajas de contextos particulares de la misma forma en que lo hacen los modelos imperiales sin llegar a ser uno. Mientras que el imperio se estructura a través de la ocupación, el modelo mundial utiliza la identidad cultural para determinar su localización espacial. Dicha identidad cultural y las fricciones competitivas generan dos calidades de miembros: 1) los nucleares y 2) la periferia, los cuales son determinados de acuerdo a su nivel de desarrollo el cual varía entre los mismos. Algunos defensores de las Áreas Monetarias Óptimas pueden intentar argumentar con base en la teoría evolucionista uniforme la cual establece que los estados deben pasar de la fase A a la B y de la B a la C y así sucesivamente. Sin embargo incluso el más apasionado defensor de dicha teoría debe reconocer que la misma varía acorde al desarrollo de cada estado, de esta forma podemos tener un estado que se encuentra en la etapa A en el tiempo 3 mientras que otro pasa por la misma en el tiempo 1 evidenciando así la falta de uniformidad. Con este en mente se puede colegir que la introducción del euro bajo la Hipótesis de las Áreas Monetarias Óptimas se puede equiparar a la aventura de un pez fuera del agua sin haber desarrollado las estructuras orgánicas y óseas necesarias para tal efecto. Así es posible apreciar que Grecia se encuentra en una posición poco competitiva mientras intente conservar una uniformidad inexistente. Es evidente que nos encontramos en riesgo de actuar de forma errónea y fomentar un retraso económico y social si seguimos guiando las políticas con base en un paradigma erróneo. Si queremos proponer una solución viable debemos entender el sistema mundial y materializar su versión monetaria para así consolidar un proyecto europeo más pragmático. Tal vez la introducción de un euro virtual.

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